El verano, el estío, anunciado con los ritos asociados a San Juan, es sinónimo de abundancia, de cosecha.
Hacia él se han trasladado multitud de fiestas patronales, tanto rurales como sobre todo urbanas. En verano se comenzaba la siega del trigo y la cebada y siempre ha tenido lugar la recolección de las papas veraneras, la eclosión de las verduras, terminando tras la vendimia en septiembre.

Es tiempo de romerías, recorrido hacia o desde un santuario, tanto lejano como cercano. Lo esencial es sacar al santo o a la virgen y pasearlos por un recorrido más o menos largo. En ellas, el conjunto esencial de la fiesta son carretas, comida, parrandas, ropaje de magos, jolgorio, canciones.
Color, luminosidad, olor a adornos y excrementos de vacas, comensalidad, sonido y ritmo constituyen sin duda los ingredientes esenciales de la romería canaria. Las reservas alimenticias vuelven así a restablecerse y al final del otoño, con las semillas y los cultivos vinculados a la tierra, retornarán los cultos funerarios y fecundantes, con los cuales se inicia el nuevo ciclo vital y festivo.
Cada isla, cada ciudad, cada pueblo, cada barrio y múltiples caseríos veneran como mínimo a una patrona y a un patrono. En muchas comarcas hay santuarios y ermitas a los que se acude para implorar la curación de una enfermedad específica, una dolencia, o cumplimentar pasadas promesas.
La Romería
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